El recuerdo
se hace infinito
cuando tenemos
por donde desplazar la mirada.
Las sombras del pasado
imploran ser atendidas
para que luego
sean olvidadas,
y el impredecible futuro
se acerca velozmente,
para que no tengamos
posibilidad
de correr y tropezarnos.
El deseo se incrementa
conforme se complace,
y la necesidad se torna inicua
al querer dominarlo.
Imploramos al horizonte
que permanezca
lejos
de nosotros
para que podamos comprenderlo.
Gritamos a los siete vientos
que algo nos duele
para que se entrelacen
con las penurias ajenas,
y detenemos el tiempo
sin darnos cuenta
de manera que transcurra
en realidades paralelas.
La sinfonía
de amores sin compasión
aturden la soledad
que tanto nos extraña,
las campanas del pensamiento
nos advierten la llegada
inesperada
del horror que percibe el alma,
y las melodías del reencuentro
nos permiten que soñemos
con días placenteros.
Reclamamos al mar
que traiga los tesoros
de la vida intermitente,
haciéndonos todopoderosos
de los acontecimientos sin control.
Recurrimos a los cielos rotos
que dejen caer sus frutos
de impaciente mentira
precisando el oscuro atardecer
que propicia la alegría,
y rechazamos la conducta inapropiada
del Ser ignorante
al saltar pozos sin fondo
en relación con la desdicha
de verdades en decadencia.
Mundos sumergidos
en lo inexorable
del universo exquisito
que poseen el poder
de renacer
en medio de explosiones.
Pálpitos de dolor
que se digieren en la ficción
de agujeros negros sin sentido,
y sensaciones fugaces
que declaran su agonía
a terrenos indescriptibles
de emociones inherentes
al mismo proceso evolutivo.
Sufrimos las calamidades
de las deidades ostentosas
que predican
salvaciones inconstantes.
Sostenemos la razón
de ser únicos en la historia
esparciendo las quejas
por conflictos cotidianos,
y resistimos
a la existencia invasora
que nos conduce
a la muerte de todo sentimiento
ortodoxo e inexplicable.
-Imprudentes somos quienes con dulzura
tratamos de opacar un sentimiento que nace de lo inexplorado de nuestro propio
ser.-
